Pues nada, resulta que desde febrero decidí dejar atrás mi pasiva (por no decir aplatanada) vida sin ejercicio y comencé clases en un lugar que se llama Curves. Todo surgió porque en una comida, (de esas en donde acabas que no te puedes ni parar) con la Yez (mejor amiga de la prepa) en la Trattoria (Av. de la paz casi frente al Clunny), en la que comenté que mi intención era bajar esos kilitos (bueno seee, kilotes) que tengo de más.

Ella me dijo que una muy buena amiga suya estaba en el citado lugar de ejercicios y que había bajado muchísimo en algunos meses. Me animé, hice algunas cuentas y me decidí a tomar mi clase de prueba (después de la cual te dan un 50% de descuento en la inscripción). La verdad el plan sonaba tentador pues era sólo 3o mins al día, tres veces por semana.

Desde entonces cada semana hago acopio de fuerzas (después de la Uni, el trabajo y el servicio) y decido presentarme en el lugar. El problema es que tengo que lidiar con dos cuestiones: la primera es que no soy muy constante y la segunda es que salgo de Curves y me encuentro con el olor del pan (¡delicioso!) de la Trattoria, las galletas (¡maldita sea!) del MacMa que está en la esquina y las mermeladas del Secreto que están en mi camino de regreso a la casa.

¿Es eso una conspiración o una maldición? No lo sé. Pero espero poder seguir sobreviviendo al régimen de diez máquinas y 10 steps por lo menos hasta que pueda adoptar una figura más decente. La verdad es que no es nada difícil y sí muy divertido pues saltas, bailas y marchas en los steps, para después subirte a máquinas que van acomodando tu masa corporal a figuras más estéticas jeje.

En fin, seguiré aguantando mientras pueda esperando que Dios se apiade un día de mí y me quite las tentaciones de la comida y me ayude a bajar más rápido jaja.